domingo, 2 de diciembre de 2012

Lucía Vazquez Rodriguez

Mali, ¿el Afganistán africano?

Desde principios de 2012, Mali se ha enfrentado a la peor crisis de su historia reciente, crisis que no sólo hace peligrar su integridad territorial, con una más que posible secesión entre el Norte, controlado por grupos yihadistas, y el Sur, más moderado, sino que también amenaza con terminar con más de 20 años de estabilidad política. Una rebelión tuareg, a la que se unieron soldados libios tras la caída del régimen de Mouammar Gaddafi, comenzó a atacar guarniciones del Ejército de Mali en enero de este año, a lo que el ejército respondió bombardeando indiscriminadamente asentamientos civiles, según denuncia Amnistía Internacional.  En la noche del 21 de marzo, un grupo de soldados liderados por el Capitán Amadou Sanogo dieron un golpe de Estado y derogaron la Constitución en la ciudad de Bamako. El golpe fue inmediatamente condenado por la comunidad internacional, y por la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO), que impuso sanciones económicas a Mali.

Aprovechando el descontrol, varios grupos armados, entre los que destacan la rama magrebí de Al Qaeda  (AQMI) y el Movimiento para la Unicidad de la Yihad en África Occidental (MUYAO) llevaron a cabo la conquista del norte de Mali, región semidesértica del tamaño de Italia y España juntas en la que el Estado es tan débil que apenas pudo reaccionar. Así, los tuareg declararon la independencia del norte del país. Poco más tarde, el MUYAO desalojaría por la fuerza a los grupos tuareg más moderados de la zona, como el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad, laico y nacionalista, a pesar de que en un principio habían actuado en colaboración para hacerse con el control de las ciudades clave de la región (Gao, Tombuctú y Kidal). En la rebelión de 2012 se combinó el descontento con las políticas del Estado de Mali con un creciente fundamentalismo islámico y las reivindicaciones nacionalistas de grupos tuareg como Ansar Dine, dando lugar a la división más radical entre Norte y Sur que ha conocido el país. Los tuareg representan a un tercio de la población de Mali; entre Nigeria, Algeria, Libia, y Burkina Faso, se estima que el número de tuaregs alcanza el millón y medio de personas. De hecho, a principios de los 90, la región fue sacudida por una rebelión tuareg, muy diferente de la actual (en la que tiene más peso el islamismo de grupos como Al Qaeda), que se cobraría cientos de víctimas civiles.

El norte de Mali era una región especialmente vulnerable a la llama del fundamentalismo, puesto que, a lo largo de los años, el Gobierno del país  había desatendido las necesidades económicas de la zona, una de las más empobrecidas del África Occidental, sin apenas dotarla de infraestructuras administrativas, lo que provocaba el descontento de gran parte de la población. La miseria del lugar había dado lugar a la proliferación de todo tipo de negocios ilícitos; tráfico de drogas, de inmigrantes, de armas, de vehículos...Además, el colapso de los regímenes libio y tunecino ha tenido como resultado la expansión de la capacidad de maniobra de AQMI en el Sahel y el Sahara, que ha establecido vínculos con otras organizaciones como  Ansar Dine o Boko Haram, grupo terrorista que actúa principalmente en Nigeria. De este modo, la región se ha convertido en una bomba de relojería que pide a gritos la intervención de la ONU. El problema no es únicamente el auge del islamismo radical en países como Mali, Nigeria o el Congo; la franja del Sahel, aquejada por la sequía y las malas cosechas, lleva mucho tiempo sufriendo una hambruna sin precedentes.

A ojos de Occidente, Mali, y, en líneas generales, la franja del Sahel, se han convertido en el Afganistán africano, lo que obliga a una intervención militar para frenar el auge del terrorismo yihadista. Azawad, el Estado islámico independiente implantado en el norte de Malí, se ha transformado en un poderoso imán para jóvenes terroristas de todo el planeta que acuden allí para cumplir su sueño yihadista y en busca de un sueldo seguro. Los grupos armados, cada día más radicales, han implantado la sharía; se amputan manos y pies a ladrones, las infidelidades matrimoniales se castigan con latigazos, se reclutan niños soldado, y las mujeres no pueden mirar a los ojos de un hombre. No estamos hablando aquí del islamismo moderado del régimen Egipcio, sino de verdaderos crímenes contra los derechos humanos cometidos en nombre de Alá. El problema es que Occidente jamás ha sabido situarse bien ante el islamismo político- moderado o no-, ni en la Argelia de los 80 (Francia apoyó un golpe de Estado que terminaría con el régimen del Frente Islámico de Salvación, dando lugar a una cruenta guerra civil), ni frente a la ola islamista en Túnez y Egipto.

La reconquista deberá por tanto correr a cargo de la Unión Europea con Francia a la cabeza. No en balde Mali, país rico en recursos minerales, fue colonia francesa hasta 1960- Francia aún tiene importantes intereses económicos en la zona. Solo la intervención internacional, cuyo coste se estima en 70 millones de euros, puede liberar el territorio perdido, pero los informes de la UE aseguran que es imposible recuperar Azawad hasta marzo de 2013, como mínimo. Serán sobre todo Níger, Nigeria y Burkina Faso los países que aportarán el grueso de las tropas, que se someterán a meses de entrenamiento bajo las órdenes de instructores europeos. Sin embargo, toda la ayuda que llegue a Bamako no servirá de nada si no se logra una mínima estabilización en el funcionamiento de las instituciones del país, que ha demostrado tener un Estado Fallido y un ejército débil e indisciplinado (apenas 7.000 efectivos).

Por otra parte, existen posiciones diferentes sobre cómo reaccionar frente al conflicto. El Consejo de Seguridad de la ONU, presionado por Francia, ha pedido a Ban Ki-Moon y a las asociaciones regionales africanas que elaboren un plan en menos de 45 días para acabar con el poder de los yihadistas lo antes posible. El Secretario General de la ONU, en cambio, prefiere optar por el diálogo con los tuareg, cuya fe integrista es reciente, alegando que cualquier intervención militar podría empeorar la crisis humanitaria. Al fin y al cabo la agenda de los tuaregs es separatista, no anti-occidental; según informa The Guardian, se está intentando presionar al Gobierno de Mali para que ofrezca un proyecto de autonomía a los tuaregs a cambio de que se unan en su lucha contra Al Qaeda. Argelia, Mauritania y Burkina Faso comparten esa línea de acción; para ellos, lo principal es disociar a Ansar Dine de Al Qaeda, considerado la principal amenaza terrorista en el Sahel, para ganar la guerra. Lo que realmente preocupa desde Occidente es que Al Qaeda, que parecía debilitada tras las intervenciones internacionales en Afganistán e Iraq, y la muerte de Osama Bin Laden, recupere el poder en una zona de importancia estratégica como es el Sahel, a apenas 2000 km de las costas europeas. En cualquier caso, Ban Ki-Moon ha dejado claro que las Naciones Unidas no correrían con los gastos de la operación; serían la CEDEAO y la Unión Africana las encargadas de aplastar al régimen de Azawad.

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