Mali, ¿el Afganistán
africano?
Desde principios de 2012, Mali se
ha enfrentado a la peor crisis de su historia reciente, crisis que no sólo hace
peligrar su integridad territorial, con una más que posible secesión entre el
Norte, controlado por grupos yihadistas, y el Sur, más moderado, sino que también
amenaza con terminar con más de 20 años de estabilidad política. Una rebelión tuareg,
a la que se unieron soldados libios tras la caída del régimen de Mouammar Gaddafi,
comenzó a atacar guarniciones del Ejército de Mali en enero de este año, a lo
que el ejército respondió bombardeando indiscriminadamente asentamientos
civiles, según denuncia Amnistía Internacional. En la noche del 21 de marzo, un grupo de
soldados liderados por el Capitán Amadou Sanogo dieron un golpe de Estado y
derogaron la Constitución en la ciudad de Bamako. El golpe fue inmediatamente
condenado por la comunidad internacional, y por la Comunidad Económica de
Estados del África Occidental (CEDEAO), que impuso sanciones económicas a
Mali.
Aprovechando el descontrol, varios
grupos armados, entre los que destacan la rama magrebí de Al Qaeda (AQMI) y el Movimiento para la Unicidad de la
Yihad en África Occidental (MUYAO) llevaron a cabo la conquista del norte de
Mali, región semidesértica del tamaño de Italia y España juntas en la que el
Estado es tan débil que apenas pudo reaccionar. Así, los tuareg declararon la
independencia del norte del país. Poco más tarde, el MUYAO desalojaría por la
fuerza a los grupos tuareg más moderados de la zona, como el Movimiento
Nacional de Liberación del Azawad, laico y nacionalista, a pesar de que en un
principio habían actuado en colaboración para hacerse con el control de las
ciudades clave de la región (Gao, Tombuctú y Kidal). En la rebelión de 2012 se
combinó el descontento con las políticas del Estado de Mali con un creciente
fundamentalismo islámico y las reivindicaciones nacionalistas de grupos tuareg
como Ansar Dine, dando lugar a la división más radical entre Norte y Sur que ha
conocido el país. Los tuareg representan a un tercio de la población de Mali;
entre Nigeria, Algeria, Libia, y Burkina Faso, se estima que el número de
tuaregs alcanza el millón y medio de personas. De hecho, a principios de los
90, la región fue sacudida por una rebelión tuareg, muy diferente de la actual
(en la que tiene más peso el islamismo de grupos como Al Qaeda), que se
cobraría cientos de víctimas civiles.
El norte de Mali era una región especialmente
vulnerable a la llama del fundamentalismo, puesto que, a lo largo de los
años, el Gobierno del país había
desatendido las necesidades económicas de la zona, una de las más empobrecidas
del África Occidental, sin apenas dotarla de infraestructuras administrativas,
lo que provocaba el descontento de gran parte de la población. La miseria del
lugar había dado lugar a la proliferación de todo tipo de negocios ilícitos;
tráfico de drogas, de inmigrantes, de armas, de vehículos...Además, el colapso de
los regímenes libio y tunecino ha tenido como resultado la expansión de la
capacidad de maniobra de AQMI en el Sahel y el Sahara, que ha establecido
vínculos con otras organizaciones como Ansar
Dine o Boko Haram, grupo terrorista que actúa principalmente en Nigeria. De
este modo, la región se ha convertido en una bomba de relojería que pide a
gritos la intervención de la ONU. El problema no es únicamente el auge del
islamismo radical en países como Mali, Nigeria o el Congo; la franja del Sahel,
aquejada por la sequía y las malas cosechas, lleva mucho tiempo sufriendo una
hambruna sin precedentes.
A ojos de Occidente, Mali, y, en
líneas generales, la franja del Sahel, se han convertido en el Afganistán africano, lo que obliga a una intervención militar para frenar el auge del
terrorismo yihadista. Azawad, el Estado islámico independiente implantado en el
norte de Malí, se ha transformado en un poderoso imán para jóvenes terroristas
de todo el planeta que acuden allí para cumplir su sueño yihadista y en busca
de un sueldo seguro. Los grupos armados, cada día más radicales, han implantado
la sharía; se amputan manos y pies a ladrones, las infidelidades matrimoniales
se castigan con latigazos, se reclutan niños soldado, y las mujeres no pueden
mirar a los ojos de un hombre. No estamos hablando aquí del islamismo moderado
del régimen Egipcio, sino de verdaderos crímenes contra
los derechos humanos cometidos en nombre de Alá. El problema es que Occidente
jamás ha sabido situarse bien ante el islamismo político- moderado o no-, ni en
la Argelia de los 80 (Francia apoyó un golpe de Estado que terminaría con el
régimen del Frente Islámico de Salvación, dando lugar a una cruenta guerra
civil), ni frente a la ola islamista en Túnez y Egipto.
La reconquista deberá por tanto
correr a cargo de la Unión Europea con Francia a la cabeza. No en balde Mali,
país rico en recursos minerales, fue colonia francesa hasta 1960- Francia aún
tiene importantes intereses económicos en la zona. Solo la intervención
internacional, cuyo coste se estima en 70 millones de euros, puede liberar el
territorio perdido, pero los informes de la UE aseguran que es imposible
recuperar Azawad hasta marzo de 2013, como mínimo. Serán sobre todo Níger,
Nigeria y Burkina Faso los países que aportarán el grueso de las tropas, que se
someterán a meses de entrenamiento bajo las órdenes de instructores europeos. Sin
embargo, toda la ayuda que llegue a Bamako no servirá de nada si no se logra
una mínima estabilización en el funcionamiento de las instituciones del país,
que ha demostrado tener un Estado Fallido y un ejército débil e indisciplinado
(apenas 7.000 efectivos).
Por otra parte, existen
posiciones diferentes sobre cómo reaccionar frente al conflicto. El Consejo de
Seguridad de la ONU, presionado por Francia, ha pedido a Ban Ki-Moon y a las
asociaciones regionales africanas que elaboren un plan en menos de 45 días para
acabar con el poder de los yihadistas lo antes posible. El Secretario General
de la ONU, en cambio, prefiere optar por el diálogo con los tuareg, cuya fe
integrista es reciente, alegando que cualquier intervención militar podría
empeorar la crisis humanitaria. Al fin y al cabo la agenda de los tuaregs es
separatista, no anti-occidental; según informa The Guardian, se está intentando
presionar al Gobierno de Mali para que ofrezca un proyecto de autonomía a los
tuaregs a cambio de que se unan en su lucha contra Al Qaeda. Argelia, Mauritania y
Burkina Faso comparten esa línea de acción; para ellos, lo principal es disociar
a Ansar Dine de Al Qaeda, considerado la principal amenaza terrorista en el
Sahel, para ganar la guerra. Lo que realmente preocupa desde Occidente es que
Al Qaeda, que parecía debilitada tras las intervenciones internacionales en Afganistán e Iraq,
y la muerte de Osama Bin Laden, recupere el poder en una zona de importancia
estratégica como es el Sahel, a apenas 2000 km de las costas europeas. En cualquier caso, Ban Ki-Moon ha dejado claro que
las Naciones Unidas no correrían con los gastos de la operación; serían la
CEDEAO y la Unión Africana las encargadas de aplastar al régimen de Azawad.
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